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viernes, 6 de enero de 2012

Nuevas luces.

 Ella, cogía las llaves del coche, se paseaba y compraba helados de distintos sabores. Cuando llegaba a casa, sacaba una cuchara del segundo cajón de la cocina, y frente a la televisión se pasaba horas tumbada en el sofá. Lo echaba de menos.                                                     
 A él, le pesaban los días, se había acostumbrado a verla tan a menudo que la echaba de menos. Creyó haber tomado una decisión equivocada, la quería, y quería estar de nuevo con ella siempre. Se armó de valor, cogío el móvil y la llamó. Recordaron muchos momentos, rieron y lloraron juntos. Iban a arreglarlo, querían arreglarlo, si todo iba bien en unos días, todo volvería a ser como antes. Ambos morían de ganas.

Anochecía muy lento,  el tic-tac del reloj marcaba su ritmo cardiaco. Esa noche sería decisiva. Noche de oportunidades, aclaraciones, deseos, promesas y aspiraciones, que dominarían el mar eternamente.
Sin uñas ya, tras largas horas de espera, sonó el teléfono.  Se levantó de la cama, fue corriendo hacia en móvil  y respiró tranquila. Era él y había llegado el momento.

Se le notaba distraída, como abducida, miraba por la ventana y seguía con sus ojos la luz de las farolas. Era algo que le fascinaba, no le hablaba, tampoco le miraba, pero al él le bastaba con mirar el brillo de sus ojos reflejados en el retrovisor para saber que, a pesar de todo, estaba contenta, que era la misma. Nunca sabes lo que puede dar se sí una noche juntos, puedes añorarla siempre, odiarla, o querer que se repita siempre.

El ver correr las luces de las farolas, pasar el tiempo y sentir como crece el mundo ante sus ojos le hacía, por unos instantes, dejar de pensar, le permitía no pensar en nada. Siempre le habían dicho que era imposible, pero ella podía permitírselo, con él, siempre lo conseguía.

Habían dejado atrás todo lo ocurrido. Se fumaron la noche, cigarro tras cigarro contaron estrellas, hablaron y se besaron, ardían en deseos de estar juntos.
Ellos siempre decían que en literatura, había cientos de finales, algunos felices, otros tristes. Algunas historias abrían la puerta para algo más, y luego, estaba ese final que habías visto venir desde lejos y por alguna razón, te tomaba por sorpresa, y que el suyo formaba parte de estos últimos. Felices a la par que, siempre, sorprendentes. Les encantaba.

En la vida, como en el arte, algunas terminaciones son agridulces, otras, como esta, más dulces si cabe. Especialmente, cuando se trataba de lo que sentían los dos. A veces, el destino vuelve a unir a dos amantes en la noche. Otras veces, el héroe finalmente toma la decisión correcta, en su momento,  puntual. Y, como dicen, la puntualidad lo es todo..