Te despiertas temprano, “Let it be, The Beatles” suena en tu
móvil. Es hora de ponerse en marcha. Sentada al borde de la cama, respiras
hondo, bostezas, te frotas los ojos y te decides a levantarte.
Ya en la cocina, como cada mañana, preparas tu café, hoy con
cereales, mientras tanto, repasas en tu mente todo lo que tienes que hacer hoy,
vuelves a respirar hondo. Coger el metro, ir a clase, volver a coger el metro…
uff, tomas aire de nuevo, y recuerdas qué alguien al que quieres te dijo una
vez que desayunar no es tan fácil como parece.
¡Y tanto! -piensas- Pero sabes que al final del día, de la
tarde o de la noche tendrás un momento en el que no respirarás sola.
A diferencia de otras mañanas, tienes tiempo de sobra para
darte una ducha, son las 6.20, enciendes el móvil, decides que es demasiado
temprano para hablar con nadie, y te guardas un especial “buenos días”. Te
duchas y te despejas, te enfrentas a tu desordenado armario, coges el portátil y
te diriges al metro.
Una mañana más, llegada una hora decente, coges el móvil y
escribes:
Ey, ¡Buenos días! Intentando despertar, ¿eh?
Recuerda, sueña y apunta: ligereza. Una sonrisa y todo te parecerá más fácil. Bueno, exagero un poco.
Un beso.
Recuerda, sueña y apunta: ligereza. Una sonrisa y todo te parecerá más fácil. Bueno, exagero un poco.
Un beso.
Tu móvil vibra al instante, sonríes.
Llega la hora de volver al metro, te ameniza el trayecto,
casi siempre lo hace. Las 3.30, el deslumbrante sol del medio día te acompaña
hasta casa, comes y tumbada en la terraza esperas el momento de volver a
respirar y sonreír juntos.