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miércoles, 7 de agosto de 2013

Bagamoyo

El sol reflejado en varias partes de la habitación anuncia un día más. Un día relajado para unos. Atareado para otros. 

Un día especial para aquellas personas que hoy tengan algo que celebrar o algo que recordar. Un día como otro cualquiera para los que tengan una vida monótona o al menos crean tenerla. Un día con alegrías o un día con penas. Un día de este año al fin y al cabo. Y para mí, un día más amándote.

 Éstos son los mejores días de todos, los que no cambio por ninguno y nunca cambiaré. Un día que empieza cuando abro los ojos y sonrío porque sé que aunque no te tenga a mi lado, te tengo. Y el día sigue así, yo sonriendo porque te pienso. Y vuelvo a sonreír, una y otra vez. E incluso habrá gente que no entienda el por qué sonrío cuando nada a mi alrededor me da razones. Pero yo sigo sonriendo. 

Y así pasan los días, entre sonrisas y palabras. Días casi perfectos porque me faltas tú aquí conmigo. Días ilusos e ilusionados. Días de palabras y besos al aire. Días de tonterías y sensateces. Días de hablar mucho y callar poco. Días de aprender y de enseñar. Días de amor. Días de sorprender. Días dónde tú eres el protagonista de cada uno de ellos. 

Y sé que de éstos y de otros muchos tipos tendremos hasta que no queden días.

domingo, 12 de mayo de 2013

Fluir


Te despiertas temprano, “Let it be, The Beatles” suena en tu móvil. Es hora de ponerse en marcha. Sentada al borde de la cama, respiras hondo, bostezas, te frotas los ojos y te decides a levantarte.
Ya en la cocina, como cada mañana, preparas tu café, hoy con cereales, mientras tanto, repasas en tu mente todo lo que tienes que hacer hoy, vuelves a respirar hondo. Coger el metro, ir a clase, volver a coger el metro… uff, tomas aire de nuevo, y recuerdas qué alguien al que quieres te dijo una vez que desayunar no es tan fácil como parece.

¡Y tanto! -piensas- Pero sabes que al final del día, de la tarde o de la noche tendrás un momento en el que no respirarás sola.

A diferencia de otras mañanas, tienes tiempo de sobra para darte una ducha, son las 6.20, enciendes el móvil, decides que es demasiado temprano para hablar con nadie, y te guardas un especial “buenos días”. Te duchas y te despejas, te enfrentas a tu desordenado armario, coges el portátil y te diriges al metro.

Una mañana más, llegada una hora decente, coges el móvil y escribes:

Ey, ¡Buenos días! Intentando despertar, ¿eh? 
Recuerda, sueña y apunta: ligereza. Una sonrisa y todo te parecerá más fácil. Bueno, exagero un poco. 
Un beso.

Tu móvil vibra al instante, sonríes.
Llega la hora de volver al metro, te ameniza el trayecto, casi siempre lo hace. Las 3.30, el deslumbrante sol del medio día te acompaña hasta casa, comes y tumbada en la terraza esperas el momento de volver a respirar y sonreír juntos.

viernes, 6 de enero de 2012

Nuevas luces.

 Ella, cogía las llaves del coche, se paseaba y compraba helados de distintos sabores. Cuando llegaba a casa, sacaba una cuchara del segundo cajón de la cocina, y frente a la televisión se pasaba horas tumbada en el sofá. Lo echaba de menos.                                                     
 A él, le pesaban los días, se había acostumbrado a verla tan a menudo que la echaba de menos. Creyó haber tomado una decisión equivocada, la quería, y quería estar de nuevo con ella siempre. Se armó de valor, cogío el móvil y la llamó. Recordaron muchos momentos, rieron y lloraron juntos. Iban a arreglarlo, querían arreglarlo, si todo iba bien en unos días, todo volvería a ser como antes. Ambos morían de ganas.

Anochecía muy lento,  el tic-tac del reloj marcaba su ritmo cardiaco. Esa noche sería decisiva. Noche de oportunidades, aclaraciones, deseos, promesas y aspiraciones, que dominarían el mar eternamente.
Sin uñas ya, tras largas horas de espera, sonó el teléfono.  Se levantó de la cama, fue corriendo hacia en móvil  y respiró tranquila. Era él y había llegado el momento.

Se le notaba distraída, como abducida, miraba por la ventana y seguía con sus ojos la luz de las farolas. Era algo que le fascinaba, no le hablaba, tampoco le miraba, pero al él le bastaba con mirar el brillo de sus ojos reflejados en el retrovisor para saber que, a pesar de todo, estaba contenta, que era la misma. Nunca sabes lo que puede dar se sí una noche juntos, puedes añorarla siempre, odiarla, o querer que se repita siempre.

El ver correr las luces de las farolas, pasar el tiempo y sentir como crece el mundo ante sus ojos le hacía, por unos instantes, dejar de pensar, le permitía no pensar en nada. Siempre le habían dicho que era imposible, pero ella podía permitírselo, con él, siempre lo conseguía.

Habían dejado atrás todo lo ocurrido. Se fumaron la noche, cigarro tras cigarro contaron estrellas, hablaron y se besaron, ardían en deseos de estar juntos.
Ellos siempre decían que en literatura, había cientos de finales, algunos felices, otros tristes. Algunas historias abrían la puerta para algo más, y luego, estaba ese final que habías visto venir desde lejos y por alguna razón, te tomaba por sorpresa, y que el suyo formaba parte de estos últimos. Felices a la par que, siempre, sorprendentes. Les encantaba.

En la vida, como en el arte, algunas terminaciones son agridulces, otras, como esta, más dulces si cabe. Especialmente, cuando se trataba de lo que sentían los dos. A veces, el destino vuelve a unir a dos amantes en la noche. Otras veces, el héroe finalmente toma la decisión correcta, en su momento,  puntual. Y, como dicen, la puntualidad lo es todo..

martes, 27 de septiembre de 2011

Dulces sintonías.

Le fué dificil pasar de tenerlo todo a no tener nada, aún se le estremecía el corazón cuando veía sus fotos, sus libros, discos y revistas. Pero a pesar de todo estaba contento, se llevaban bien, se apreciaban.

Se acercó a su reproductor de vinilos; Forty licks, le encantaba. Podía pasarse tardes enteras tumbado en la cama escuchando pista tras pista, era su refugio contra el mundo. La música le hacía despertar y olvidar todo durante los cuatro minutos que duraba la canción. Días atrás entendió que habían canciones que nos daban ganas de bailar, canciones que nos daban ganar de cantar, otras de reir, soñar... pero que las mejores canciones eran aquellas que te transportaban al momento en que las oíste por primera vez y que de nuevo te hacían sentir.

Desayunaba de camino al trabajo, se levantaba tan apurado que si parase a tomarse un café, llegaría siempre tarde. Ya formaba parte de su rutina, incluso había conseguido no estresarse por ello, todo un éxito. Veía siempre a la misma señora llevando a su niño al colegio, la mujer madrugadora sentada en la terraza de la cafetería, al señor sentado en el banco leyendo el periodico...

Empezaba a asustarle recordarlo con tanta exactitud. Reformó su rutina, se levantó temprano, bajó a desayunar a la cafetería, cogió el periodico y subió al autobús. Compredió que no era la rutina la que le matenía la mente siempre ocupada pero supo que, para transformanos por completo, tal vez tengamos que liberarnos de todo aquello a lo que nos hemos estado aferrando para buscar un nuevo camino; el verdadero. Pero si al final ves que la persona en la que te has convertido no es la persona que quieres ser, siempre puedes dar media vuelta e intentarlo otra vez, y puede que la próxima vez no estés tan solo cuando acabe. Nuestras vidas pueden cambiar cada vez que respiramos, merece la pena vivir por lo bueno y debemos encargarnos de transmitirlo.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Capaz.

Dos velas, dos platos y una botella de champagne.
Intercambio dialectico del estado de nuestros corazones.
Compartir desconsuelos y aflicción, placer y exaltación.
Madrugadas enteras hablando juntos.
Raptarnos fugazmente y ver nacer el dia.
Sudar ginebra y limón las noches pares del mes.
Acariciar la dulzura de nuestros abrazos
Tiritar juntos en la carretera.

Ser capaces de cualquier cosa, de todo,
tener las aptitudes necesarias para perdernos y encontrarnos, para querer y que nos quieran, para hablar y que nos hablen, para subir no cuatro, sino cuarenta escalones y burlar juntos el tiempo, para apagar las luces y amenizar las horas, nuestras horas. La espontaneidad guarda la belleza y la dulzura de dos personas capaces.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Carmin en los labios.

Y se levantó una mañana con carmín en los labios, sonrió y se hizo a un lado en la cama. Sin a penas hacer ruido salió de la habitación la miró y sonrió de nuevo, se sentía entre algodones, y a ella le encantaba.

Él era feliz, se sentia cómodo, muy agusto. Jamás lo hubiera imaginado, había pasado de programar cada uno de sus movimientos a déjarse llevar. Se contentaba con fingir que tenia todo lo que quería, o por lo menos, eso hacía ver.

No había aprendedido a disfrutar.¿Qué ironía más grande verdad?. En su hora de descanso salia a fumar y se encontraba un cartel que lo prohibia, no lo disfrutaba de la misma manera, cuando más prisa tenia y más tráfico encontraba, pasaba el día enfadado, cuando buscaba su ipod como loco y aparecia cuando menos lo necesitaba, maldecía el momento en que lo guardó ahí, cuando se sentía solo y enciendía la televisión para que le hiciera compañía, cuando esperaba un mensaje, pero no se atrevía a encender el teléfono cuando se subía a un columpio sabiendo que se mareaba, pero le gustaba esa sensación de libertad.

Y ahora disfrutaba de todo ello. Aprovechaba los descansos para dejar de fumar, aunque cuando se reunía con los amigos no podía evitarlo. Los atascos, para reírse de él mismo y decidir que a la próxima, saldría media hora antes. Ahora siempre guardaba el ipod en el cajón de su mesita, así sabía donde encontrarlo. La televisión, bueno, seguía haciéndole compañía de vez en cuando. El teléfono ya no le preocupaba. Seguia mareandose en el columpio y experimetando la misma sensación. Hay dos días en los que ya nunca pensaba: Ayer y mañana.

Ella vivía en una nube, estaba radiante, satisfecha.

Es admirable ver la ironía en los demás, la capacidad de verse desde lejos y no tomarse enserio, hasta que aprendes a deleitarte, aprendeis a deleitaros.

Carmín en los labios.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Primer Champagne.

Disparate y fantasía. Un lugar donde perderse. Fumarse la noche. Preveer que será el Champagne, mi primer Champagne. Reirse de todo y solo esperar que salga rodado. Confiar. Confiar en las palabras que atas en las nubes para que no se las lleve el viento y saber que ese hilo mágico que fugaz y espontaneamente os ha unido será invulnerable.