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martes, 27 de septiembre de 2011

Dulces sintonías.

Le fué dificil pasar de tenerlo todo a no tener nada, aún se le estremecía el corazón cuando veía sus fotos, sus libros, discos y revistas. Pero a pesar de todo estaba contento, se llevaban bien, se apreciaban.

Se acercó a su reproductor de vinilos; Forty licks, le encantaba. Podía pasarse tardes enteras tumbado en la cama escuchando pista tras pista, era su refugio contra el mundo. La música le hacía despertar y olvidar todo durante los cuatro minutos que duraba la canción. Días atrás entendió que habían canciones que nos daban ganas de bailar, canciones que nos daban ganar de cantar, otras de reir, soñar... pero que las mejores canciones eran aquellas que te transportaban al momento en que las oíste por primera vez y que de nuevo te hacían sentir.

Desayunaba de camino al trabajo, se levantaba tan apurado que si parase a tomarse un café, llegaría siempre tarde. Ya formaba parte de su rutina, incluso había conseguido no estresarse por ello, todo un éxito. Veía siempre a la misma señora llevando a su niño al colegio, la mujer madrugadora sentada en la terraza de la cafetería, al señor sentado en el banco leyendo el periodico...

Empezaba a asustarle recordarlo con tanta exactitud. Reformó su rutina, se levantó temprano, bajó a desayunar a la cafetería, cogió el periodico y subió al autobús. Compredió que no era la rutina la que le matenía la mente siempre ocupada pero supo que, para transformanos por completo, tal vez tengamos que liberarnos de todo aquello a lo que nos hemos estado aferrando para buscar un nuevo camino; el verdadero. Pero si al final ves que la persona en la que te has convertido no es la persona que quieres ser, siempre puedes dar media vuelta e intentarlo otra vez, y puede que la próxima vez no estés tan solo cuando acabe. Nuestras vidas pueden cambiar cada vez que respiramos, merece la pena vivir por lo bueno y debemos encargarnos de transmitirlo.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Capaz.

Dos velas, dos platos y una botella de champagne.
Intercambio dialectico del estado de nuestros corazones.
Compartir desconsuelos y aflicción, placer y exaltación.
Madrugadas enteras hablando juntos.
Raptarnos fugazmente y ver nacer el dia.
Sudar ginebra y limón las noches pares del mes.
Acariciar la dulzura de nuestros abrazos
Tiritar juntos en la carretera.

Ser capaces de cualquier cosa, de todo,
tener las aptitudes necesarias para perdernos y encontrarnos, para querer y que nos quieran, para hablar y que nos hablen, para subir no cuatro, sino cuarenta escalones y burlar juntos el tiempo, para apagar las luces y amenizar las horas, nuestras horas. La espontaneidad guarda la belleza y la dulzura de dos personas capaces.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Carmin en los labios.

Y se levantó una mañana con carmín en los labios, sonrió y se hizo a un lado en la cama. Sin a penas hacer ruido salió de la habitación la miró y sonrió de nuevo, se sentía entre algodones, y a ella le encantaba.

Él era feliz, se sentia cómodo, muy agusto. Jamás lo hubiera imaginado, había pasado de programar cada uno de sus movimientos a déjarse llevar. Se contentaba con fingir que tenia todo lo que quería, o por lo menos, eso hacía ver.

No había aprendedido a disfrutar.¿Qué ironía más grande verdad?. En su hora de descanso salia a fumar y se encontraba un cartel que lo prohibia, no lo disfrutaba de la misma manera, cuando más prisa tenia y más tráfico encontraba, pasaba el día enfadado, cuando buscaba su ipod como loco y aparecia cuando menos lo necesitaba, maldecía el momento en que lo guardó ahí, cuando se sentía solo y enciendía la televisión para que le hiciera compañía, cuando esperaba un mensaje, pero no se atrevía a encender el teléfono cuando se subía a un columpio sabiendo que se mareaba, pero le gustaba esa sensación de libertad.

Y ahora disfrutaba de todo ello. Aprovechaba los descansos para dejar de fumar, aunque cuando se reunía con los amigos no podía evitarlo. Los atascos, para reírse de él mismo y decidir que a la próxima, saldría media hora antes. Ahora siempre guardaba el ipod en el cajón de su mesita, así sabía donde encontrarlo. La televisión, bueno, seguía haciéndole compañía de vez en cuando. El teléfono ya no le preocupaba. Seguia mareandose en el columpio y experimetando la misma sensación. Hay dos días en los que ya nunca pensaba: Ayer y mañana.

Ella vivía en una nube, estaba radiante, satisfecha.

Es admirable ver la ironía en los demás, la capacidad de verse desde lejos y no tomarse enserio, hasta que aprendes a deleitarte, aprendeis a deleitaros.

Carmín en los labios.